Los días pasan con cuenta gotas. Los chicos y yo seguímos trabajando las minas de oro que hay en el sótano de la casa, mientras que Ness
no mejora en absoluto. Aleix mencionó hace unos días, que sólo nos quedaba una inyección
para el asma de Ness, pero debido al trabajo aquí, no pude ir al pueblo para
conseguir el rebajado sueldo que me dan en la zapatería y conseguir la caja de
inyecciones.
Ya es casi media tarde y el turno de Ness
está a punto de empezar y me aseguro de que Bo acompaña a Ness hasta el
agujero. Los demás vuelven a sus tareas: fregar el suelo, barrer, recoger las
hojas muertas del jardín, limpiar el polvo y un largo etcétera. Aunque sea un
orfanato con sirvientas, Kiberi y Evanna sólo están para servir a La
Gobernadora y a nadie más. Vuelvo a mi habitación y me siento en la cama. Las
ásperas sábanas entran en contacto con mis manos y las retiro rápidamente. Cojo
mi par de botas y cuando levanto débilmente la cabeza, veo un mechón rubio
asomándose por el arco de la puerta.
– Blake, ¿puedo pasar? – es Tara. ¿Con qué drama vendrá
ahora?
– Claro, pasa. – respondo sin mirar
mientras me calzo las botas.
– Humm... me preguntaba si hoy podría
acompañarte allí abajo... ya sabes, las demás tareas ya están ocupadas y ésta
es la segunda vez que bajas al sótano por hoy.
Alzo una ceja.
– ¿Qué? – responde ella a la defensiva –
¿Acaso no puedo ayudarte?
Reprimo una sonrisa. Tara parece que está más concienciada en la
idea de trabajar en equipo, ya que siempre intenta escaquearse de las tareas.
– ¿Desde cuándo quieres hacer un turno extra?–le pregunto
inocentemente.
– Desde que me importa una niña de cinco
años que está enferma, y... –su cara se vuelve roja y aparta la mirada–...
supongo que eso es todo –sonríe.
– Comprendo. Anda, quítate el
vestido y ponte el mono de trabajo. –le ordeno.
– ¿Quieres que me ponga unos pantalones? ¿Como
Diana y las demás? –. Tara la reina del drama, pienso.
– Sí, eso mismo. Vamos, date prisa, el turno es en cinco minutos.
–De acuerdo, de acuerdo, relájate. –dice
ella.
Bajamos al sótano en silencio, y aprovecho al máximo el único
momento en donde Tara mantiene su bocaza cerrada. Me quedo pensando sobre lo
que le había dicho a Diana hace unos días. "Escribir
nuestro propio futuro", escapar, desafiar a Mildret y a sus secuaces,
sin morir en el intento. La historia de mi hermano John me da ánimos para seguir
luchando por mi pequeña familia, la única que me queda; él solo quería vivir en
paz, ser libre. ¿Podremos ser libres algún día de esta tortuosa realidad? No sé
qué esperar de todo esto. Solo necesitamos tiempo, un plan infalible y… tal vez
también un milagro. Me pongo tenso, ¿cómo sigo esperando un milagro?, llevamos
años atrapados en este lugar. Por lo menos yo.
"Escapar". La idea resuena en mi mente todo el
tiempo.
Si lográsemos salir del orfanato, ¿A dónde iríamos? ¿Qué lugar es
lo suficientemente seguro para escapar por completo de las garras de Mildret?
Mi cabeza da vueltas cada vez que pienso en cosas así. He dejado
el pico en el suelo y Tara acaba de regresar con la carretilla vacía de tierra.
El sótano está patas arriba y la humedad es cada vez más asfixiante. Mi cara
está llena de sudor, y a mi mono de trabajo se le adhiere más tierra de la que
podría imaginar. Tara me mira con cara de asco y yo le devuelvo la mirada. Ella
se ve igual de sucia que yo y enseguida da saltitos y grititos de asco.
–No tiene gracia, Blake. –me dice con mirada asesina.
– ¿En serio? –bromeo–, yo se la veo toda–. Ella me lanza un cúmulo
de tierra seca que había en el suelo, y golpea mi pernera. Expiro y vuelvo a
coger el pico. Ambos volvemos al trabajo.
–Sabes...–comienza Tara–, deberíamos darnos un descanso.
–Voto por ello. –Tara me sonríe y ambos nos sentamos en el suelo.
Sigue haciendo calor, pero no podemos subir hasta que finalice el turno. Saco
de la bolsa de piel gastada un poco de agua y galletas que había en la cocina.
– ¿Crees que estarán buenas? –me pregunta Tara.
–Compruébalo tú misma.
Tara coge taimadamente dos
galletas. Cuando se echa la primera a la boca, empieza a hacer muecas hasta que
escupe los restos de pasta de galleta que había en su boca.
– ¡Estaba pasada! –me recrimina ella.
– ¡Nunca dije que supiera sobre su calidad, tesoro! –empiezo a reírme,
ya que Tara sigue con sus muecas extrañas de asco.
–Dame un poco de agua, por favor. –pide. Le paso la jarra sucia
por la tierra y ella bebe como puede, porque la segunda vez que inclina la
jarra se la echa casi toda por encima.
–Me parece que hoy no hay ducha para ti.
–Cogeré encantada tu turno, gracioso. –dice ella intentando quitarse
el sobrante de agua que le queda en la cara. Me quito la camiseta interior que
para su suerte está limpia, sin restos de tierra y se la paso.
–Sécate con ella y sube. Tu trabajo ya ha terminado, me has
ayudado lo suficiente. –le ordeno con voz tranquila y seria. Su rostro parece
oscurecerse.
– ¡No quiero! Me quedo a ayudarte. –responde ella alterada.
–Tara, no tengo tiempo para tus juegos de niña pequeña. Sube, por
favor. Además, creo que Will y Dimas estarán encantados de verte allí con
ellos.
–Cada vez se hace más pesado esto. –Habla para nadie y me
concentro en sus palabras. –Están continuamente haciéndome regalos o intentan
alagarme con palabras bonitas. No quiero hacerles daño a ninguno, me importan
los dos pero...
– ¿Pero...?
–Pero a mí me gusta Will, y Dimas está tan atento siempre que...
me va a estallar la cabeza. –dice llevándose las manos a la cabeza hasta
ponerse, finalmente, a jugar con su cabello. Todo esto es normal entre los
chicos de su edad, se enamoran muy rápido, aparece otro que también les
gusta... todo esto siempre termina mal. Espero que esta vez sea una excepción.
–Tara... –empiezo–, yo no tengo mucha experiencia sobre este tema,
¿lo sabes, no?
–Supongo, pero también supongo que no tendrás ningún problema en encontrar
a alguien. Eres guapo, Blake. A todas nos gustas, los chicos incluso te
admiran. Eres agradable y atento y eso hace que seas adorable.
–Bueno –digo sonrojado–,
supongo que gracias.
–No las des. Es la verdad.
–Entonces –empiezo a preguntar–, porque siempre estás como... ¿turnándolos?
–achino los ojos, y rezo para haber escogido la palabra adecuada.
–Intento no aburrirme. –dice secamente.
– ¡Pero eso es cruel! –le recrimino. Ella se levanta y quita los
sobrantes de tierra que han quedado pegados en la tela oscura de su pantalón.
–No, Blake –me mira y extiende las manos hacia abajo, intentando
abordar toda la habitación–, esto es cruel.