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sábado, 18 de octubre de 2014

Capítulo 10: La Promesa

Los chicos llevaban alrededor de media hora caminando. Roy ya se temía que iban en círculos porque un árbol ya le parecía demasiado visto. Viena iba cerca de Matt, casi rozándose y esto producía cierto rubor en ambos. Aleix iba delante, junto con Roy, que de vez en cuando se giraba para ver al grupo.

–Hace frío ahora, deberíamos buscar un lugar que nos resguarde mientras esperamos a Blake y el resto–dijo Bo. Había estado callada durante todo el camino, abrazándose así misma por el leve  viento que había empezado unos minutos atrás. Instintivamente, George se le acercó y la rodeó para darle un poco de calor. Realmente ella estaba helada.

–Tienes razón–habló Roy–, el problema es que no tenemos ni idea de dónde estamos nosotros ni de dónde están ellos. ¿Qué podemos hacer?–. La mirada de los chicos era desoladora, llevaban un día entero vagando por un misterioso y por lo visto, peligroso lugar que no los llevaba a ninguna parte en particular. Todo eran árboles frondosos, helechos profundos y verdes, por el día una humedad espantosa que los hacía perder casi el conocimiento y por la noche, estaban experimentando un frío rotundamente seco.

–Yo digo que nos quedemos aquí– dijo de repente Aleix–, montaremos unas pequeñas camas con los helechos, mientras esperamos a los otros. Nos dispondremos de manera en que quedemos en círculo e iremos haciendo guardias de tres horas aproximadamente–. Aleix había tomado el mando que desinteresadamente Roy había estado dispuesto a regalar, ya que eso, al parecer, no era lo suyo. Aleix estaba siendo Blake y eso le orgullecía, le gustaba ser como él y poder ser útil para el resto.

– ¿Viena estás bien, necesitas algo?–le preguntó su hermano. Ella lo miró con esos ojos lilas tan increíblemente hermosos y Aleix, solo por un segundo, vio a su hermana sonreír.

–Estoy bien, gracias.

Todos hicieron caso al mellizo y en diez minutos habían montado un decente campamento provisional, esperando por los demás.

– ¿Qué pasa si no vuelven ?–preguntó la joven Malvina, recostada en un cúmulo de hojas de helecho. Su ropa estaba medianamente decente, solamente su pelo podía salvarse de una horrible descripción.

–Volverán– dijo Dimas a un lado de la pequeña–, vamos, son Blake y Tara, esos dos pueden con todo–dijo medio seguro de sus palabras. Dimas estaba realmente preocupado por sus compañeros, pero sobretodo por Tara.

–Te olvidas de Will, Dimas– dijo Matt.

–Si bueno, ya sabéis que no se puede esperar mucho de Will–dijo con sorna–, él siempre tiene escusas para todo, siempre quiere librarse de las culpas, siempre quiere ser el mejor…

– ¡Ya cállate Dimas! –Le gritó de repente Diana–, solo estás celoso de Will–. Diana había resoplado y parecía enfadada. –Todos sabemos que ambos están babeando por Tara. Algún día haréis que nos maten a todos por vuestras estúpidas afrentas y declaraciones a un amor no correspondido… Podríais pensar en solucionar los problemas ahora y dejaros de estupideces–. Acto seguido, Diana se levantó y se recostó sobre la corteza lisa de un árbol mediano.

– ¿Pero… y a ésta que le pasa ahora? –farfulló Dimas. Los demás se encogieron de hombros.

Malvina volvió a hablar.

–Ahora enserio chicos… ¿y si no vuelven?



***


– ¿Estás segura de que es por aquí?–preguntó William a Drew, apartando otra rama con espinas. Su mano parecía realmente un colador. – ¡Cielo Santo! ¿Puede ir alguno de vosotros delante ahora? Creo que estoy perdiendo sensibilidad en la mano derecha–volvió a quejarse.

–Eres sorprendentemente insoportable– dijo Drew, apartándolo y ocupando el lugar de Will–, ¿cómo habéis podido aguantar a este ser tanto tiempo?

–También yo me lo pregunto–guiñó Tara.

– ¡Ehh, vamos! Mirad mis manos, están mal.

Blake rió por las reacciones de Will, ahora se estaba enfrentando a dos mujeres él solo, y las chicas le llevaban cierta ventaja.

Después de haber decidido en qué dirección buscar a sus hermanos, Will se había ofrecido a liderar el grupo, acto que Tara vio demasiado absurdo, Drew no le dio importancia y Blake estaba encantado por ver a Will tan decidido. Más tarde, ya no lo estuvo tanto, viendo las reacciones del chico, que hacía que el grupo se retrasara más en la búsqueda de sus hermanos.

Drew que iba ahora en cabeza, era tan ágil como un halcón persiguiendo a su presa. Blake sospechó que al ser medio pantera, su olfato los ayudaría más. Al pensar en eso, él no dudó en preguntar.

–Creo que va siendo hora de que nos cuentes el porqué de esa pantera, ¿no crees?–dijo Blake. Drew paró en seco y se giró, el chico quedó parado justo a escasos centímetros de ella, incluso podía escuchar su respiración, agitadamente controlada. ¿Pero qué demonios era esa chica?

–Será todo un placer–. Acto seguido se giró y continuó caminando. Tara y Will se miraron desconcertados por unos segundos y continuaron siguiendo el grupo.

–Veréis, no pretendo asustaros…–empezó Drew.

–Pues tu espléndida puesta en escena no decía lo mismo– murmuró Will, que rápidamente calló por la mirada desafiante de Tara. Blake suspiró con una sonrisa y Drew continuó hablando.

–Como decía, no pretendo asustaros. No es el simple hecho de que en mi interior pueda ser una pantera, sino que puedo ser ambas cosas, es decir, puedo ser yo, Drew o pudo ser esa pantera, Mavi como me gusta llamarla, al mismo tiempo. Separadas, una humana y un felino ¿comprendéis?

Los tres se miraban con los ojos bien abiertos, ¿realmente podía estar sucediendo eso? Aunque después de lo que les había pasado en el orfanato, aquellas criaturas que los atacaron… aquello fue horrible.

–Intentaremos entender... uhmm tu condición–dijo finalmente Blake. –Podemos continuar, creo que queda todo aclarado.

– ¡Un momento! –Protestó Will-, todo no. Vas a decirnos qué es este lugar, estoy harto de tanto secretismo.

–Sería todo un detalle que nos aclarases en dónde estamos–dijo Tara.

Drew no estaba muy segura y aun desconfiaba de aquellos chicos, había estado sola en aquel lugar durante muchísimo tiempo y en tan solo un día se encuentra a un grupo de jóvenes que solamente quieren volver a casa. Ella no estaba muy segura de usar eso a su favor, posiblemente esos chicos harían que aquellas criaturas de las que huía constantemente la matasen o aun peor, destrozasen su bien más preciado. Pero eso era un riesgo que había decidido aceptar.

–Bueno chicos, descansaremos aquí por hoy–dijo Drew.

– ¡Oye, no respondiste a mi pregunta! –protestó Will.

–Lo sé, y por ahora no diré nada, pero si queréis que os siga ayudando deberéis cumplir una promesa. –dijo ella con un tono bastante serio.

– ¿Qué promesa? –Preguntó Blake–, Drew no podemos retrasarnos, dejemos lo del lugar para más tarde, nuestros hermanos están ahí fuera solos y tú has dicho que hay criaturas que pueden hacerles daño–. Blake estaba confuso, esa chica lo estaba volviendo loco, estaba bastante preocupado por el resto que se había ido en el momento de la aparición de Drew.



–Hoy no les pasará nada–dijo tranquilamente la joven, mientras avanzaba y apartaba una rama grande que cubría algo a lo lejos. –Pediré por vuestros hermanos–dijo apuntando hacia un enorme y robusto árbol, su tronco era morado apagado y tenía una infinidad de ramas; lo sorprendente no era el color ni su grandeza, era lo que desde lo lejos se veía, luces. Millones de luces que parpadeaban por las ramas, y no dejaban de moverse–, pero he aquí la promesa: Nunca vayáis al árbol.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Capítulo 9: La Chica

Cada uno se miraba fijamente, sin siquiera saber a qué estaban esperando. Uno de los chicos, Roy, tenía la espalda inclinada, a modo de echar a correr por si algo malo estuviera a punto de ocurrir. Malvina seguía rodeando a Blake, que la sostenía muy fuerte para darle una sensación de protección. Nuevamente, eso que se aproximaba hacia ellos se encontraba a tan salo unos pocos metros, ninguno de los allí presentes se movió, posiblemente el  aturdimiento y el cansancio no les permitía continuar. 

Fue entonces cuando pasó.

Una gran pantera de un color llamativamente azul apareció de entre los hierbajos que cubrían las bases de los árboles. Sus huesos se marcaban en su espalda a cada lento paso que realizaba, acercándose cada vez más y más al pequeño grupo de jóvenes. Blake y Dimas estaban delante del grupo, cubriendo a la mayoría de ellos. La bestia los miraba fijamente a  Blake, a modo de reto, ella caminaba hacia el grupo mostrando sus afilados colmillos, pero al mismo tiempo lo hacía con una elegancia increíblemente poderosa, tanto que dejó a Blake boquiabierto.

Will no se lo pensó dos veces, cogió el palo que estaba a su izquierda y con unos rápidos pasos se puso ante la barrera que Dimas y Blake formaban. Él amenazaba a la criatura con el palo y en un impulso se abalanzó sobre la pantera que no dudó en atacarle. Blake, con el brazo, empujó a Dimas hacia atrás en señal de protección y para que se quedase con los demás;  Will seguía en pleno combate con la azulada que tenía bajo su control esta lucha. Blake cogió otra especie de bastón, algo más grueso  y lo sacudió contra la espalda de la pantera, ésta rugió con un gruñido desgarrador, pero no paró su lucha ya que ahora se había abalanzado contra los dos muchachos.

– ¡Dimas, llévatelos lejos de aquí! –gritó Blake mientras la bestia mordía el palo. Éste asintió y abandonaron la escena corriendo, excepto Tara.

– ¿Qué demonios te crees que estás haciendo? –Maulló Will. – ¡Vamos! ¡Vete! –le gritaba vete una vez y otra, pero ella se quedó mirando al felino azul.

Tara se acercaba a la escena de combate a conjunto con los gritos de ambos chicos, entonces la fiera paró y se quedó mirándola. Sus ojos eran transparentes, carentes de un color fijo, en ellos parecía fluir un río de aguas tranquilas.

–Detente. –Ordenó la joven. Para sorpresa de los dos chicos, la pantera se echó a un lado y se sentó. 

Lo que ocurrió a continuación los dejó atónitos, incluso a Tara.
El cuerpo de la pantera empezó a transformarse, su cuerpo estaba alargado y erguido, estiraba sus patas traseras y las delanteras después. El pelaje del animal se transformó en una suave y delicada piel tostada. Ahora las patas traseras eran esbeltas y fuertes piernas y las delanteras brazos consistentes. De la cabeza  brotó una fuerte mata de pelo negro azabache, el hocico felino ahora era una boca rosada con labios delineados y una nariz menuda.Los ojos, seguían siendo los mismos. Aquella bestia era una chica, que vestía con telas parecidas a las de los niños del orfanato, pero rasgadas y más cortas que se ceñían a sus curvas.

– ¿Qué se supone que acaba de pasar? –preguntó atemorizado Will. En ese momento, Tara le propinó un puñetazo, haciéndolo entrar en razón.

– ¿Por qué has hecho eso? –Preguntó Will asustado.

– ¡Oh Dios Santo, Will! ¿Ahora te pondrás a llorar? –dijo con sorna Tara

– ¿Perdona? ¡Ella ha intentado matarme! –Dijo señalando a la joven misteriosa.

Blake y la joven misteriosa se miraban cara a cara. Él con la boca abierta y ella con rostro indiferente, pero algo divertido por el numerito que acababa de oficiarse en directo por los dos grandes dramáticos.

–Soy Blake. –dijo estirando su brazo a modo de saludo. La chica no habló. –Mis hermanos y yo hemos llegado hace unas cuantas horas y no sabemos dónde estamos, ¿nos puedes ayudar?

– ¿Pero qué diablos haces, Blake? Esa tía ha intentado comernos–. Ante tal afirmación, la chica sonrió apartando la cara de los presentes.

– ¿Qué se supone que te hace tanta gracia? –escupió Will a la chica, mientras se frotaba el lugar golpeado por Tara.

–Lo ridícula que es esta escena. –maulló con grandeza la chica. Will hundió los ojos en el suelo y Tara se presentó, más bien los presentó, ya que también le contó a la joven que el quejica del numerito se llamaba William.

–Yo soy Drew. –Se presentó muy segura.

–Es un placer, creo –dijo Blake algo nervioso– primero tenemos que encontrar a nuestros hermanos y luego nos encargaremos de las demás cosas, ¿nos podrías acompañar?

–Pues espero que vuestros hermanos no se hallan alejado tanto de aquí.

– ¿Por qué lo dices? –preguntó Tara extrañada.

–Bueno –dijo Drew encogiéndose de hombros–, no soy medio pantera por nada, ¿no crees?

Los tres se miraron ante tales declaraciones.

–Lo de tu herencia felina lo podemos hablar en otro momento– aseguró Will–, pero, ¿quieres decir que hay más seres extraños ahí fuera?


–Eso es justo lo que quiero decir. –dijo Drew sonriendo.

martes, 22 de julio de 2014

Capítulo 8: El Grito.

***** Hola a tod@s:

Sabemos que ha pasado muchísimo tiempo desde que subimos el último capítulo, pero ya tenemos el siguiente. Disfrutádlo y comentad :))


                                                                                               Xx ******





Un grito desgarrador despertó al grupo. Algo les nublaba la vista, se veían cansados, húmedos y pegajosos. Un calor sofocante y corrientes heladas de aire los mantenía dentro de algo parecido a un vaivén de fiebres descontroladas.

Blake intentó levantarse del suelo como bien pudo. Estaba lleno de tierra que se adhería a su ropa. Un pequeño corte en la palma de la mano le hizo estar alerta. Cuando alzó la mirada para ver a los demás, estaban todos. Unos hacia arriba, otros hacia abajo, de lado o con las manos sobre la cabeza, parecían estar bien.
– ¿Os podéis levantar, chicos? –había preguntado Blake, un segundo después de haberse frotado el leve corte de su mano.

Pequeños quejidos anunciaban su deplorable estado de salud. Las primeras figuras empezaron lentamente a elevarse, como se elevan las pequeñas semillas de lentejas que descansan sobre algodones: suaves y delicados tallos, extremadamente frágiles. Eso eran ellos ahora, pequeños y finos tallos a punto de partirse y Blake debía de ser el palito fuerte que los ayudara a seguir creciendo. Cuando el grupo se puso en pie, algunos ayudados por otros, se molestaron en hacer dos grupos: uno miraría hacia el lado contrario del otro y su objetivo era saber donde se encontraban.

Al cabo de veinte minutos, seguían sin saber en dónde estaban, aquello parecía una especie de selva tropical mezclada con un toque de bosques de coníferas. La verdad es que la gran variedad de vegetación allí los confundió a todos.

–Esto parece uno de esos malditos bosques que hay dibujados en el libro de Ness –dijo Roy. El luto aun seguía presente para todos y eso hizo que la mayoría de ellos se estremeciese al recordar a la pequeña.
–Tienes razón­– dijo Diana. Su melena rubia se había convertido en un castaño claro debido a la humedad que había mojado su pelo. –Creo que es bastante parecido–.

Todos asintieron. La gran mayoría le habían leído a la pequeña el único libro que tenían, por lo que recordaron los dibujos que en él habían dibujado.
– ¿Qué hacemos ahora? –Preguntó Will, se le veía desesperado, nervioso y con algo de pavor.
–Tenemos que asegurarnos de que aquellas bestias no nos han seguido –respondió Blake.
–Claro que no nos han seguido– irrumpió Tara, que se quitaba la mugre del interior de sus uñas con la otra mano. –De haberlo hecho estarían aquí, con nosotros–. Ahí tenía razón ella.
–Yo tengo sed– anunció Bo.
–Y yo.
–Yo también tengo sed, Blake. ¿A dónde vamos? –dijo Matt.

Tras una breve pausa Blake habló.

–No quiero que nos separemos, no sabemos que hay más allá de éste pequeño claro, así que quiero una fila, detrás de mí. Dimas, tú irás el último así estaremos protegidos por ambos lados– ordenó. Al parecer todos estuvieron de acuerdo y el grupo se puso en marcha.

Una hora después habían encontrado una pequeña cueva y a su lado había una chorreante cascada que salpicaba unos cinco metros fuera del diámetro de la orilla. Habían hecho turno, primero los chicos se bañaban y luego las chicas. Ellas estuvieron de acuerdo porque así, a la hora de su turno, ellos debían irse a por troncos y algo de comer, excepto Dimas, que se quedaría a vigilar, de espaldas claro.

Una vez terminado el horario de baños y recogidos unos cuantos troncos y cinco clases distintas de manzanas, el grupo hizo una hoguera mediante la fricción de dos pequeños palos y con paciencia, mucha paciencia. Todos se colocaron rodeando el hogar: Tara entre sus dos chicos, Bo al lado de Roy y los demás en los lugares restantes. Cortaron las manzanas de manera que fuera a partes iguales para todos.
–No sé si marcharnos ha sido la mejor opción –corta el silencio Will.
– ¿Querías que esas dos bestias nos mataran? –le respondió alterada Tara, que se había separado un poco de él, quedando más cerca de Dimas.
–No digas eso delante de las niñas, Tara–le reprochó Aleix–, tu falta de sensibilidad podría provocar algunos traumas.
–Oh, cállate –le respondió cansada ella.

En ese momento se escuchó un grito que iba cada vez acercándose más. Era como el primero que habían escuchado cuando despertaron, en ningún momento se preguntó qué fue lo que provocó ese chillido, tal vez la fiebre los adormeció un poco y le restaron importancia. Ahora estaban perfectamente despiertos y alerta. La pequeña Malvina se acurrucó contra Blake que la abrazó y los demás se cubrieron las espaldas.
– ¿Blake? –preguntó cortante Diana.
– ¿Sí?

– ¿Y ahora, qué hacemos?



****Bueno, como en el capítulo anterior pedimos los 3 comentarios para publicar el siguiente. ******

martes, 25 de marzo de 2014

Capítulo 7: Luces

­Después del funeral de Ness aquella tarde, la situación se volvió más turbia de lo normal. Varios chicos mostraban pálidas caras enfermizas, ojos llorosos y cabezas caídas; aparte, estaba el hecho de haberles ilusionado en vano con una vía de escape a través del lago, que solo resultó ser un efecto de la luz. Aunque esos son sólo detalles, comparándolo con lo que está ocurriendo ahora mismo en el orfanato.
Malvina, Bo, Tara, Matt y George cayeron enfermos, tenían las mejillas notoriamente rosadas, como padeciendo la misma enfermedad, por lo que ibamos a nuestras habitaciones más temprano de lo normal, sin que, por suerte, Kiberi, Evanna o Mildret  nos dirigiera la palabra. Esta leve epidemia, provocó que todos  tuviéramos miedo de perder a otro más, sobre todo a  Roy, el cual sufría ataques de ira, sufridas por todo aquel que se ponía en su camino. Lo seguían Will y Dimas, intentando colarse en la habitación de Tara en el momento que podían para cuidarla como se merece una ''dama''. Toda esta situación parecía como si el destino no quisiera que huyéramos de este infierno, presentándonos problemas para hacer imposible nuestro deseo…
Un golpe seco me despierta de mi sueño. Ya está empezando a amanecer. Se puede ver en las sombras que se forman por la ligera luz que entra por la ventana. Observo a mí alrededor y  los chicos parecen que han escuchado el mismo ruido que yo. Cuando me incorporo en la cama, dejando los pies en el frío suelo, veo que Roy no está.
Pienso que puede haber ido a ver a las niñas enfermas (sobre todo a Malvina y a Bo, que les tenía un afecto especial), pero elimino esa idea de mi mente, ya que eso es algo muy común y aquí está pasando de todo menos cosas ordinarias. Me levanto y me dirijo hacia la puerta, escucho otra sucesión de golpes; al parecer vienen del primer piso.
–Blake, ¿Qué haces? – dice Aleix mirándome desde el lúgubre ángulo que ocupa su cama en la habitación.
– ¡Shhh! No os levantéis y no habléis hasta que esté aquí de vuelta, ¿entendido?– susurro, pero antes de que pueda abrir la puerta, Roy entra y choca conmigo. Yo caigo sobre la cama de Dimas. Me levanto y le hago un gesto de disculpa al chico, pero creo que está todavía muy adormilado para que se dé cuenta de algo. 
– ¡Levantad chicos!  Creo que Kiberi y Evanna han estado tramando algo ¡las he visto! ¡Estoy seguro de que quieren librarse de nosotros! – susurra Roy con cierta desesperación. Todos salen de sus literas confundidos y alterados.  Aleix enciende una vela y la coloca en la mesita comunitaria (el único mueble aparte del armario y las camas que tenemos). Todos se visten. Sabemos que Roy no está bromeando, es algo muy serio y no es momento para bromas.
–Roy ¿Qué diablos has visto? – dice Dimas justo cuando las chicas, ya vestidas con sus apagados vestidos, entran a la habitación asustadas, cerrando la puerta tras ellas. La mayoría me mira. Normalmente, los chicos  habrían enfurecido, sobre todo porque la mayoría estaba en ropa interior, pero nadie dice ningún comentario al respecto y se terminan de vestir rápidamente.
–Yo… -empieza Roy-, iba a la habitación de las chicas porque no podía dormir, pero escuché unas voces abajo y fui a ver quién seguía despierto. –dice Roy suavizando su expresión al ver que Bo se ponía a su lado y le tomaba la mano. Algo había estado pasando entre ellos dos y no lo noté hasta este momento; creo que el hecho de que ella estuvo muy enferma, explicaría el por qué de su agresividad en la tarde anterior– Caminé hasta las escaleras y desde ahí oí decir a La Gobernadora que somos un grupo de inútiles para ella, que nuestro trabajo en las minas es insatisfactorio y están perdiendo dinero por nuestra culpa -respira y vuelve a hablar-, dijo que ni siquiera el sueldo de Blake en el pueblo le sirve.
–¿Entonces? –cuestiona Viena–... nos va a...¿echar?–. Todos se han vuelto y la miran. Cada vez que esta delicada niña abre la boca nos deja patidifusos. No sabemos el porqué de su aparentemente ''silencio''.
Un último golpe se escucha afuera, proveniente del pasillo. Todos retrocedemos hasta la pared opuesta de la puerta, pero yo decido acercarme sigilosamente: si iba a morir, al menos sería defendiendo a mis hermanos.
La puerta se abre y la  luz de la vela se apaga de inmediato. Todo se vuelve oscuro y comienzan los gritos. Intento luchar contra una piel escamosa que rodea mi cuello, pero lentamente mi cabeza comienza a hormiguear, por lo que me echo al suelo, justo cuanto siento una mordida de animal en el hombro; al parecer me he librado de la criatura y ha decidido tomar represalias.
Ya están entrando ligeros rayos de luz por la ventana, así que veo a las dos espantosas criaturas con las que he tenido pesadillas desde la última vez que vi a John:  un cuervo y una serpiente de un tamaño descomunal, además de terroríficas, las mismas que mataron a mi hermano. Éstas atacan a los chicos con mordidas y picaduras. Mientras las cosas dan vueltas a mi alrededor, el piso y las paredes van llenándose de sangre, siento mi cuerpo desgarrarse lentamente… O eso creo. La mordedura de la serpiente ha empezado a adormecerme, pero no sé si esto es una alucinación por el cansancio o todo esto es real.
Una voz de niña me llama a mis espaldas. Me volteo débilmente y como puedo. Mis ojos se iluminan y veo a Ness, que irradia una luz perfectamente blanca. Ella señala la puerta y nos mira. No estoy seguro de lo que esta pasando en este instante, pero los monstruos vuelven a ser las sirvientas, con un paupérrimo aspecto, más degradado que nunca. Mientras huimos a duras penas fuera del orfanato guiados por Ness, ellas nos persiguen. Nos lleva al lago, el cual desprende la misma luz que había visto el día de su funeral, pero esta vez es mucho más intensa, más hermosa. Esta vez es real.
Hago un último esfuerzo y ayudo a los demacrados chicos que se acercan como pueden. Todos presentan la ropa desgarrada y manchada de un fuerte rojo carmín. Si nuestras madres estuviesen vivas nos habrían regañado por traer así la ropa, se habrían lamentado y hubiesen puesto el grito en el cielo por tener que frotar las perennes manchas de la ropa. Desgraciadamente, creo que ninguno de nosotros pudo vivir eso.

Cuando me doy cuenta, Ness ya no está por ningún lado, pero nosotros sí, atravesando esa fuga en el lago, esa brecha que hay junto al embarcadero ¡Nuestra vía de escape! “Ellos pueden verla” pienso.  Miro hacia atrás y veo que soy el último en saltar por esa brecha. Kiberi y Evanna vienen como furias por detrás, a toda prisa.

No me molesto en despedirme, salto y dejo atrás lo que muchos conocen como Infierno.

jueves, 6 de marzo de 2014

Capítulo 6: La Despedida

Ness estaba muerta. Cuando de verdad asimilo que  nunca volveré a escuchar su delicada voz de pequeña infante y sus revoltosos rizos rojizos mecerse al viento, el dolor en el pecho se hace casi insoportable. Un vacío en el estómago, la sensación de haber fracasado. No. No puedo soportar más esto. Debo encontrar la manera de huir con mis hermanos, la manera de salvarnos de este infierno. Tengo que protegerlos, y es por eso que tengo que mostrarme fuerte y firme; si yo caigo,  mis hermanos caerán. Es hora de huir.

Habían pasado 24 horas desde que la policía se había llevado el cuerpo inerte de la pequeña, y si ya estábamos abatidos por nuestras pésimas condiciones en el orfanato, la pérdida de Ness había sido la gota que ha colmado el vaso, lo había tirado al suelo y sus cristales se nos habían clavado hasta lo más hondo de nuestras almas. Aquella tarde, nos sirvieron una sopa fría con tropezones de carne seca que había sobrado hace dos días. La butaca verde en donde Ness se sentaba a comer, estaba vacía, al igual que nuestras miradas. Solo algunos de los chicos se habían dignado a hundir la cuchara en la sopa. Unas dos horas después, un señor con bigote llamó a la puerta, nosotros, desde la salita, escuchamos el informe de la autopsia: "muerte por asfixia". En ese momento, unos pocos se apartaron de la puerta y se dejaron caer como muñecos de trapo en el suelo; otros, como Tara o Malvina, se cubrían la cara con las manos para resguardar las inminentes lágrimas que empezaban a emanar sin control. Dos hombres con un uniforme de mono marrón y viejo, habían salido del coche, y del maletero alargado, sacaron el pequeño ataúd de Ness.
-¿Lo llevamos al jardín o aquí dentro? -preguntó uno de los empleados. Su cara, indubitablemente de hombre mayor y con canas, cubiertas por una boina a juego, mostraba algo así como tristeza. Debía ser muy duro cargar con cajas de muertos y más si esas cajas eran de niños.
-Puede llevarla al jardín de atrás -contestó Kiberi-, nosotros nos encargaremos de todo. El hombre asintió y aviso a su compañero, que descansaba apoyado en la pared de la entrada. Estos dos cogieron la pequeña cajita y desparecieron.


Ahora, la hierba verde está más quieta que de costumbre, las hojas de los árboles no se mueven. Parece como si el viento hubiese enmudecido y estubiera guardando luto con nosotros. Pensar que debajo de esa pequeña y torcida lápida yace Nessie... Todos estamos reunidos en el jardín, aunque parece como si la mitad ni siquiera fuera consciente de que se encuentra ahí. Las miradas perdidas de los chicos, las lágrimas de las niñas... Sabía que tarde o temprano esto acabaría pasando, pero no pude evitar querer regalarle algo más de tiempo, tiempo que le fue arrebatado de la forma más injusta posible.
A su lado, puedo ver la tumba de John.
-Cuídala, hermano- susurro.

Todos vamos dejando flores arrancadas del jardín. En un momento determinado, me doy cuenta de que Malvina no está.
- ¿Dónde está Malvina?
-La vi hace nada al lado de Will. -contesta Matt.
-¿Me estás acusando de algo?-dice Will- No sabes hacer otra cosa, siempre escurriendo el bulto...- justo cuando voy a intervenir, recordando las circunstancias en la que nos encontramos, veo a lo lejos una figurita vestida con un vestido blanco, bueno, una vez fue blanco, el tiempo ha hecho que sea un gris bastante claro, con un gran ramo de flores discordantes e inestables.
- ¡Ahí está!- exclama Tara.
-Perdonadme, es que quería coger tantas flores como fuera posible para que a Ness nunca se le acabaran y las pudiera compartir con John- se excusa.
Al escuchar sollozos, veo que casi todas las chicas e incluso Dimas han comenzado a llorar de nuevo tras la declaración inocente de la pequeña Malvina.
-Lo siento Will. -se disculpa Matt.
-No te preocupes, no tiene importancia. Ambos se dan la mano y un breve abrazo que para todos significa mucho. Estamos cooperando, no solo en las tareas, sino ahora más que nunca, en nuestras emociones.

Cuando todos dedican palabras de cariño y adiós a Nessie, me cuesta tanto concentrarme que temo que vaya a desmayarme. No puedo pensar en otra cosa que en la huida. ¿Dónde iríamos? ¿ Con qué viviríamos? No es tan fácil como correr en dirección al bosque y ser felices, hay que pensar en que La Gobernadora no encuentre el dinero con el que compraremos alimentos; somos demasiados y la mayoría parece como si acabaran de nacer. Hay que pensar alguna manera, tengo que conseguirlo, tengo que hacerlo por Ness, por mis hermanos, por que esto no se vuelva a repetir.
Cuando vuelvo a la realidad, ya no queda nadie más por hablar. Debería levantarme y decir algo, incluso por John, pero tengo la mente en blanco. Tampoco hacen falta palabras, creo que todos sabemos bien lo que ha pasado, y lo injusto que es. Me levanto. Miro en todas direcciones, el viento ha empezado a soplar de nuevo; quiere llevársela al olvido, pero mi mirada capta el inmenso lago que tenemos al lado del caserón. Veo el embarcadero con los tablones viejos y descuidados. Cuando salíamos a los paseos por el jardín, tenía que estar muy pendiente de que nadie se acercase lo suficiente como para caerse, ya que no sabemos nadar. Es entonces cuando lo veo. Algo está distorsionando una parte del lago, al fondo, algo de un brillo que nunca antes había visto. El brillo se mete en mi retina y queda grabado a fuego. ¡Eureka!
-¡Eh, todos! -llamo su atención con mi voz firme y señalo el embarcadero-, ¡Mirad!

martes, 4 de febrero de 2014

Capítulo 5: El Dolor.

Nos  disponemos a salir de las minas cuando veo que la puerta se ha quedado atascada. La humedad ha hecho que la madera se hinche y la cerradura está medio oxidada. Llamo a Tara para decírselo y veo como empieza a gritar y a sollozar como una niña pequeña a la que le han quitado su muñeca. Como veo que sus llantos no cesan la cojo en brazos y ella apoya su cabeza en mi pecho, la llevo hasta donde hay un montón de trapos en el suelo y la dejo allí, algo más tranquila.

–Tara, no te preocupes, saldremos de aquí. Se darán cuenta de que nuestro turno ha acabado, y los siguientes bajarán. –le digo, consolándola.
–Pero es que está todo tan en silencio que me asusta– me dice ella. Tiene razón, llevamos algo más de dos horas aquí abajo y hace tiempo que no he escuchado ningún ruido allí arriba; no oigo a Malvina correr; no oigo las quejas de Roy; no oigo absolutamente nada y eso me pone nervioso.
–No te preocupes, seguro que han salido al jardín y...–intento inventarme una escusa para tranquilizarla, pero no es tonta.
–Blake, llevamos dos horas aquí –dice mirándome–, y la hora de comer ya ha pasado.
Me levanto del suelo y vuelvo a acercarme a la puerta, dejando a Tara allí. Empiezo a golpear la puerta con el puño.
Grito.
Golpeo.
Grito.
Golpeo.
Nada.
No es hasta que escucho una leve voz que asoma confusa por la escalera, que descubro que Viena está bajando por las escaleras hasta detenerse en la puerta.
– ¿Blake?– pregunta ella.
– ¡Viena! ¿Dónde están los otros? –grito a través de la puerta, pero no escucho la respuesta. No la escucho porque no me ha respondido.
–Viena, ¿estás ahí? –vuelvo a preguntar. Pongo mi oído en la madera fría y mojada de la puerta y la oigo respirar muy fuerte, como si estuviera llorando. –Viena, responde, por favor. –le suplico.
–Blake...
–Viena, llama a Aleix. La puerta no se abre. ¿Dónde estáis todos? –sigue sin responder y ahora ya no escucho ni siquiera la respiración pesada de la niña. ¿Qué ha ocurrido?

Cinco minutos después las pisadas fuertes de alguien se acercan, bajando muy rápido las escaleras y con un golpe, abre la puerta. No me esperaba eso y partes rotas de la puerta caen sobre mí. Por suerte no es cristal y apenas noto los pedazos. La figura que ha abierto es Aleix, lleva las botas manchadas de barro, su camisa blanca ahora es gris por el hollín, pero lo que más me asusta es ver su cara roja, con los ojos hinchados y un sube y baja de pecho que no es normal.
–Aleix, ¿Qué pasa?–le pregunto. Él me mira asustado y Tara se ha acercado poniéndose detrás de mí.
–Blake... –empieza él–, no sabemos qué ha pasado. Will y yo estábamos en el jardín recogiendo algunas hojas, y alguien ha gritado. Cuando hemos ido a ver qué pasaba nadie sabía nada, se nos fue de la cabeza que estabas ahí abajo, y sobre todo Tara, que tampoco sabíamos nada de ella.
–Pero entonces... ¿qué pasa?–le pregunto confuso.
–De repente Evanna ha subido corriendo las escaleras y Kiberi, que las bajaba, se ha ido en dirección al pueblo. Estábamos todos en el recibidor sin saber nada, hasta que nuevamente hemos escuchado el grito. Esta vez de Mildret, que nos había encerrado con llave en la salita, por suerte Viena no estaba encerrada y nos ha podido abrir.
– ¿Y...? –le insisto.
– ¡Vamos Aleix suéltalo ya!–dice alterada Tara.
–Hace cinco minutos ha llegado la policía. –dice.
– ¿¡Cómo!? –gritamos Tara y yo a la vez. Ahora ya no son nervios, ahora es miedo lo que siento.
– ¿Dónde está Ness, Aleix? –pregunto asustado.
–Blake, ¡no sé qué ha pasado!–grita, y vuelven a llenársele los ojos de lágrimas– no nos han dejado entrar, no nos han dicho nada, Blake.

Se me nubla la vista por momentos y empiezo a marearme, no sé si por la sofocante humedad de aquí abajo o por lo que puede haber pasado. Aparto a Aleix, y subo corriendo por las escaleras. El mareo sigue sin irse y choco con la pared del pasillo, que araña débilmente mi brazo, lo cruzo y llego al recibidor. Abajo no hay nadie, pero los golpes y gritos se escuchan arriba. Subo corriendo las escaleras que siguen crujiendo a cada paso que doy. Puedo ver que Tara y Aleix me siguen.
 Cuando llego a arriba veo a todos los chicos apelotonados sobre la puerta de la habitación de las chicas mayores. Todos se giran cuando Roy me ve y los avisa de que estoy aquí. Malvina se abraza a mí, al igual que las demás chicas. Tara y Aleix acaban de llegar. Todos llevan caras de terror profundo y veo que Dimas sigue golpeando la puerta.
–Apartad un momento, voy a ver qué ocurre.
– ¡Blake ha sido nuestra culpa! –oigo de repente.
–Ha sido mía, no subí a revisar la habitación. –escucho por otro lado. He podido hacer que se suelten de mí, y me acerco a la habitación. Los demás nos observan a mí y a Dimas.
– ¿No abren?–le pregunto.
–Llevamos más de quince minutos aquí fuera, Blake.
 Él parece tranquilo,  pero solo lo parece. Sus puños están hinchados y con motas de sangre que están empezando a fluir por sus nudillos.
– ¡Aleix! –llamo al mellizo que se acerca inmediatamente.
– ¿Sí? –me pregunta.
Le señalo la puerta y le recuerdo con el gesto que él antes había abierto la puerta del sótano. Me entiende y se echa hacia atrás. Todos se quedan mirándole.
Cuando el tremendo golpe hace que la puerta se abra de par en par, veo una pareja de policías hablando con Mildret, los otros dos salen y nos partan. Forcejeo con ellos y escucho los gritos de los otros que han sido retenidos a mis espaldas por uno de ellos. Me libero como puedo y entro en la habitación, Mildret me mira con su cara de vinagre, está sentada sobre una de las camas y limpiándose la cara, solo escucho unos leves gimoteos fingidos, pero eso no es lo que me importa. Avanzo hasta el interior de la habitación, veo que han movido el armario en donde estaba Ness. Entonces veo un pequeño rizo pelirrojo que asoma por un pliegue de una sábana blanca que hay sobre otra de las camas. Un pequeño bulto cubierto y que no se mueve.



 Es entonces cuando me doy cuenta de que ella está muerta.

sábado, 11 de enero de 2014

Capítulo 4: La Confesión


Los días pasan con cuenta gotas. Los chicos y yo seguímos trabajando las minas de oro que hay en el sótano de la casa, mientras que Ness no mejora en absoluto. Aleix mencionó hace unos días, que sólo nos quedaba una inyección para el asma de Ness, pero debido al trabajo aquí, no pude ir al pueblo para conseguir el rebajado sueldo que me dan en la zapatería y conseguir la caja de inyecciones.
Ya es casi media tarde y el turno de Ness está a punto de empezar y me aseguro de que Bo acompaña a Ness hasta el agujero. Los demás vuelven a sus tareas: fregar el suelo, barrer, recoger las hojas muertas del jardín, limpiar el polvo y un largo etcétera. Aunque sea un orfanato con sirvientas, Kiberi y Evanna sólo están para servir a La Gobernadora y a nadie más. Vuelvo a mi habitación y me siento en la cama. Las ásperas sábanas entran en contacto con mis manos y las retiro rápidamente. Cojo mi par de botas y cuando levanto débilmente la cabeza, veo un mechón rubio asomándose por el arco de la puerta.
– Blake, ¿puedo pasar? –  es Tara. ¿Con qué drama vendrá ahora?
– Claro, pasa. – respondo sin mirar mientras me calzo las botas.
– Humm... me preguntaba si hoy podría acompañarte allí abajo... ya sabes, las demás tareas ya están ocupadas y ésta es la segunda vez que bajas al sótano por hoy.
Alzo una ceja.
– ¿Qué? – responde ella a la defensiva – ¿Acaso no puedo ayudarte?
Reprimo una sonrisa. Tara parece que está más concienciada en la idea de trabajar en equipo, ya que siempre intenta escaquearse de las tareas.
– ¿Desde cuándo quieres hacer un turno extra?–le pregunto inocentemente.
– Desde que me importa una niña de cinco años que está enferma, y... –su cara se vuelve roja y aparta la mirada–... supongo que eso es todo –sonríe.
 – Comprendo. Anda, quítate el vestido y ponte el mono de trabajo. –le ordeno.
– ¿Quieres que me ponga unos pantalones? ¿Como Diana y las demás? –. Tara la reina del drama, pienso.
– Sí, eso mismo. Vamos, date prisa, el turno es en cinco minutos.
–De acuerdo, de acuerdo, relájate. –dice ella.

Bajamos al sótano en silencio, y aprovecho al máximo el único momento en donde Tara mantiene su bocaza cerrada. Me quedo pensando sobre lo que le había dicho a Diana hace unos días. "Escribir nuestro propio futuro", escapar, desafiar a Mildret y a sus secuaces, sin morir en el intento. La historia de  mi hermano John me da ánimos para seguir luchando por mi pequeña familia, la única que me queda; él solo quería vivir en paz, ser libre. ¿Podremos ser libres algún día de esta tortuosa realidad? No sé qué esperar de todo esto. Solo necesitamos tiempo, un plan infalible y… tal vez también un milagro. Me pongo tenso, ¿cómo sigo esperando un milagro?, llevamos años atrapados en este lugar. Por lo menos yo.

"Escapar". La idea resuena en mi mente todo el tiempo.
Si lográsemos salir del orfanato, ¿A dónde iríamos? ¿Qué lugar es lo suficientemente seguro para escapar por completo de las garras de Mildret?
Mi cabeza da vueltas cada vez que pienso en cosas así. He dejado el pico en el suelo y Tara acaba de regresar con la carretilla vacía de tierra. El sótano está patas arriba y la humedad es cada vez más asfixiante. Mi cara está llena de sudor, y a mi mono de trabajo se le adhiere más tierra de la que podría imaginar. Tara me mira con cara de asco y yo le devuelvo la mirada. Ella se ve igual de sucia que yo y enseguida da saltitos y grititos de asco.

–No tiene gracia, Blake. –me dice con mirada asesina.
– ¿En serio? –bromeo–, yo se la veo toda–. Ella me lanza un cúmulo de tierra seca que había en el suelo, y golpea mi pernera. Expiro y vuelvo a coger el pico. Ambos volvemos al trabajo.

–Sabes...–comienza Tara–, deberíamos darnos un descanso.
–Voto por ello. –Tara me sonríe y ambos nos sentamos en el suelo. Sigue haciendo calor, pero no podemos subir hasta que finalice el turno. Saco de la bolsa de piel gastada un poco de agua y galletas que había en la cocina.
– ¿Crees que estarán buenas? –me pregunta Tara.
–Compruébalo tú misma.
 Tara coge taimadamente dos galletas. Cuando se echa la primera a la boca, empieza a hacer muecas hasta que escupe los restos de pasta de galleta que había en su boca.
– ¡Estaba pasada! –me recrimina ella.
– ¡Nunca dije que supiera sobre su calidad, tesoro! –empiezo a reírme, ya que Tara sigue con sus muecas extrañas de asco.
–Dame un poco de agua, por favor. –pide. Le paso la jarra sucia por la tierra y ella bebe como puede, porque la segunda vez que inclina la jarra se la echa casi toda por encima.
–Me parece que hoy no hay ducha para ti.
–Cogeré encantada tu turno, gracioso. –dice ella intentando quitarse el sobrante de agua que le queda en la cara. Me quito la camiseta interior que para su suerte está limpia, sin restos de tierra y se la paso.
–Sécate con ella y sube. Tu trabajo ya ha terminado, me has ayudado lo suficiente. –le ordeno con voz tranquila y seria. Su rostro parece oscurecerse.
– ¡No quiero! Me quedo a ayudarte. –responde ella alterada.
–Tara, no tengo tiempo para tus juegos de niña pequeña. Sube, por favor. Además, creo que Will y Dimas estarán encantados de verte allí con ellos.
–Cada vez se hace más pesado esto. –Habla para nadie y me concentro en sus palabras. –Están continuamente haciéndome regalos o intentan alagarme con palabras bonitas. No quiero hacerles daño a ninguno, me importan los dos pero...
– ¿Pero...?
–Pero a mí me gusta Will, y Dimas está tan atento siempre que... me va a estallar la cabeza. –dice llevándose las manos a la cabeza hasta ponerse, finalmente, a jugar con su cabello. Todo esto es normal entre los chicos de su edad, se enamoran muy rápido, aparece otro que también les gusta... todo esto siempre termina mal. Espero que esta vez sea una excepción.
–Tara... –empiezo–, yo no tengo mucha experiencia sobre este tema, ¿lo sabes, no?
–Supongo, pero también supongo que no tendrás ningún problema en encontrar a alguien. Eres guapo, Blake. A todas nos gustas, los chicos incluso te admiran. Eres agradable y atento y eso hace que seas adorable.
–Bueno  –digo sonrojado–, supongo que gracias.
–No las des. Es la verdad.
–Entonces –empiezo a preguntar–, porque siempre estás como... ¿turnándolos? –achino los ojos, y rezo para haber escogido la palabra adecuada.
–Intento no aburrirme. –dice secamente.
– ¡Pero eso es cruel! –le recrimino. Ella se levanta y quita los sobrantes de tierra que han quedado pegados en la tela oscura de su pantalón.

–No, Blake –me mira y extiende las manos hacia abajo, intentando abordar toda la habitación–, esto es cruel.

viernes, 3 de enero de 2014

Capítulo 3: Criaturas Salvajes.

Tras aquellas palabras, la habitación queda invadida por un silencio sepulcral. Pero en ese instante, unos leves crujidos en el pasillo nos hacen estar alerta. Alguien viene.
Los nervios me suben desde los dedos de los pies, pasando por el estómago y anudando fuertemente mi garganta, no es miedo a lo que sea, es temor a lo que pueda pasar si nos ven a todos aquí. Hay órdenes exclusivas de Mildret, de no realizar pequeñas “acampadas” a sus espaldas.
De repente la puerta se abre ligeramente, todos nos miramos y yo sostengo la mano de Ness, realmente está asustada. Por la rendija de la puerta, aparece una rata. Es completamente blanca y su cola rosada hace que Diana empiece a dar arcadas. Todas la chicas gritan, y aunque sé que ellos también están muertos de miedo –ya que algunos que estaban en el suelo se han puesto en la cama–, intentan disimularlo.
– ¡Oh, Jesús!–grita Matt–, maldita rata. Ya pensaba que íbamos a tener que trabajar en el jardín por estar reunidos.
– ¿Trabajar? –Responde, Will– Tú haces de todo menos trabajar, confórmate con que tu turno sea el último, campeón–. Noto tanta tensión ahora entre los chicos, que debería advertirles sobre las consecuencias de estar separados por tonterías como: “Tara no me hace caso”; “no trabajas lo suficiente”; “nunca haces nada”. Yo llevo aquí muchísimo más tiempo que cualquier otro huérfano, así que decido concienciarlos.
–Diana, ¿recuerdas la historia que te conté la noche que llegaste? –le digo guiñándole un ojo y ella me lo devuelve, porque sabe qué es lo que intento hacer.
–Cómo olvidarlo, Blake. ¿Quiénes estábamos? –pregunta ella.
–Humm, déjame que piense... –sé perfectamente quienes estábamos, pero en este momento todos están pendientes de la historia que les quiero contar. Roy se ha puesto al lado de la cama de Ness, tapándose un poco con las sábanas. A los pies de la cama y a mi izquierda tengo a Dimas, que no le quita ojo a Tara. Las chicas están sobre la cama de Malvina, y Aleix y Viena en el suelo junto con Will. –Éramos Dimas, Diana, Will y yo, ¿no?
–Sí, exactamente.
Vamos Blake, empieza ya de una vez. –Protesta George.
–Tranquilo, que ya voy –digo con una sonrisa. Todo empezó cuando yo tenía siete años. Sólo éramos diez niños –todo un logro debido a las recientes epidemias–, y todos llevábamos un uniforme, no como ahora que lleváis la ropa que os apetece. Era gris, las niñas llevaban falda...
–Lo recuerdo. –interrumpe Diana y todos ríen. Continúo.
–Bueno,  mientras que las niñas llevaban falda –miro a Diana divertido–, los chicos llevábamos unos pantalones grises por las rodillas. Eran terriblemente feos, estropajosos e incómodos. El caso es que yo tenía un mejor amigo. John. Él era un año mayor que yo y un día decidió enfrentar a Kiberi y Evanna.

»Era otoño, las hojas muertas revoloteaban a través de los ventanales, y con fuertes brisas lograban hacerlas temblar. El frió se impregnaba en cada pared y nadie se salvaba de ella. Esa tarde hubo demasiada tranquilidad mientras la lluvia cubría el caserón.
 Bajamos todos al comedor. Una de las sirvientas de la Gobernadora nos dio un pequeño plato que contenía una espesa sopa, de un olor grotesco. Y la otra sirvienta, nos daba un diminuto pedazo de pan quemado. Mientras observaba aquella comida, escuché como uno de los platos se rompía en el suelo, me volví y observé a John, estaba encima de la mesa y con cara de enfado.
– ¡Esto es injusto, trabajamos sin cesar y vosotras solo nos dais esto! ¿Acaso somos vuestros esclavos? No. ¡NUNCA SEREMOS VUESTROS! ¡ESTOY HARTO! –Sonrió al ver la reacción de Evanna que salió huyendo y Kiberi, solo se quedo mirando atónita, y se alejo lentamente como si no hubiera ocurrido nada. Todos comimos bien, sin la presencia de esas dos. Nosotros pensábamos que tal vez, sólo por esta vez, habíamos ganado. Que seriamos tratados como merecemos. Nos engañamos a nosotros mismos.
 »Al caer la noche, John volvía del baño y por la pequeña rendija de la puerta vi como Kiberi y Evanna se llevaban a mi amigo. Salí de la cama lo más rápido y silencioso que pude. Abrí lo suficientemente la puerta, sin hacer ruido, y permitiéndome cruzarla para observar una imagen horrenda y traumática. John estaba siendo rodeado por las dos criadas. Los puños volaban y los pies golpeaban... El dolor carcomía el cuerpo de John. Mientras en la espesa oscuridad vi algo que jamás nadie podría haberse imaginado: la transformación de unas sanguinarias bestias. Evanna, con enorme plumaje negro, parecido al carbón que alimentaba el hogar de la cocina, clavaba sus largas y afiladas garras sobre la cabeza del chico y Kiberi, cubierta por una piel de escamas grisáceas, se enredaba sobre el frágil e inmóvil cuerpo. El suelo empezó a teñirse de un rojo escarlata y con el mismo sigilo en el que aparecí, me fui. La imagen de John jamás se me borrará de la mente.«

Observo cómo todos ponen una cara de estupefacción. No intento asustarles, solo hacerles ver que debemos estar juntos y que no podemos estar siempre entre afrentas. Que tenemos que estar juntos para hacer frente a esas cosas que cada noche aparecen rondando por la casa.

–Es una historia horrible –dice Bo.
–Nunca dije que fuera agradable, tesoro. –le contesto.
–Entonces... –empieza Aleix– ¿lo mataron porque estaba sólo?
Asiento.
–Pero tú estabas ahí –protesta Roy–, le podías haber ayudado.
– ¿Tú crees? –le responde Tara–, ¿crees que esos bichos no hubieran hecho lo mismo con Blake?
–Eso es a lo que quería llegar, chicos –digo y continúo–, si no estamos unidos y nos vamos alejando de nuestros amigos por tonterías, si algún día pasase algo así, no habrá ayuda por parte de nadie.
–Pero no podemos dejar a nuestros hermanos, Blake –dice la pequeña Ness.
–Claro que no. Así que ya podéis estar trabajando esa amistad sin piques. ¿Entendido?
–Entendido –responden al unísono.
Cada uno sale de la habitación. Quiero dejar a Ness descansar, por lo que salgo yo también del cuarto.
–Buena historia –dice una voz a mi espalda.
–Bueno, cuando el trauma es reciente, los recuerdos siguen presentes, ¿no crees? –le digo a Diana. Su vestido azul apagado le llega por encima de las rodillas. Lo sujeta con una cinta azul más oscura que rodea toda su estrecha cintura, los zapatos son viejos pero le pueden durar unos cuantos años más y los calcetines hasta las rodillas le dejan un poco de marca en la pierna. Sus ojos caramelo a conjunto de su pelo lacio hasta la cintura, me observan con una media sonrisa.
–Lo que creo es que ese tal John no era solo tu amigo, ¿no? –me pregunta ella.
–Tal vez. Ambos éramos huérfanos de madre, él, nuestro padre nos dejó aquí y John era quien me cuidaba. También a los demás.
–Él era como tú eres ahora. Blake, nos cuidas a todos. Siempre estás pendiente de que no nos ocurra nada, pero no puedes evitar nuestro futuro. Está escrito y lo sabes. –Ella me mira con tristeza. Seguramente cuando cumpla la mayoría de edad (los veinte años) tendrá que irse a trabajar al pueblo, pero no aspirará a mucho: tal vez panadera; costurera... trabajos ordinarios para una chica ordinaria.
–Bueno, intentemos borrarlo y escribirlo nosotros mismos, ¿no te parece?– le digo con una sonrisa.
– ¿En qué piensas, Blake? –pregunta ella. No puedo evitar soltar una risita. Ella es increíblemente hermosa.
–Podría sorprenderte.