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sábado, 11 de enero de 2014

Capítulo 4: La Confesión


Los días pasan con cuenta gotas. Los chicos y yo seguímos trabajando las minas de oro que hay en el sótano de la casa, mientras que Ness no mejora en absoluto. Aleix mencionó hace unos días, que sólo nos quedaba una inyección para el asma de Ness, pero debido al trabajo aquí, no pude ir al pueblo para conseguir el rebajado sueldo que me dan en la zapatería y conseguir la caja de inyecciones.
Ya es casi media tarde y el turno de Ness está a punto de empezar y me aseguro de que Bo acompaña a Ness hasta el agujero. Los demás vuelven a sus tareas: fregar el suelo, barrer, recoger las hojas muertas del jardín, limpiar el polvo y un largo etcétera. Aunque sea un orfanato con sirvientas, Kiberi y Evanna sólo están para servir a La Gobernadora y a nadie más. Vuelvo a mi habitación y me siento en la cama. Las ásperas sábanas entran en contacto con mis manos y las retiro rápidamente. Cojo mi par de botas y cuando levanto débilmente la cabeza, veo un mechón rubio asomándose por el arco de la puerta.
– Blake, ¿puedo pasar? –  es Tara. ¿Con qué drama vendrá ahora?
– Claro, pasa. – respondo sin mirar mientras me calzo las botas.
– Humm... me preguntaba si hoy podría acompañarte allí abajo... ya sabes, las demás tareas ya están ocupadas y ésta es la segunda vez que bajas al sótano por hoy.
Alzo una ceja.
– ¿Qué? – responde ella a la defensiva – ¿Acaso no puedo ayudarte?
Reprimo una sonrisa. Tara parece que está más concienciada en la idea de trabajar en equipo, ya que siempre intenta escaquearse de las tareas.
– ¿Desde cuándo quieres hacer un turno extra?–le pregunto inocentemente.
– Desde que me importa una niña de cinco años que está enferma, y... –su cara se vuelve roja y aparta la mirada–... supongo que eso es todo –sonríe.
 – Comprendo. Anda, quítate el vestido y ponte el mono de trabajo. –le ordeno.
– ¿Quieres que me ponga unos pantalones? ¿Como Diana y las demás? –. Tara la reina del drama, pienso.
– Sí, eso mismo. Vamos, date prisa, el turno es en cinco minutos.
–De acuerdo, de acuerdo, relájate. –dice ella.

Bajamos al sótano en silencio, y aprovecho al máximo el único momento en donde Tara mantiene su bocaza cerrada. Me quedo pensando sobre lo que le había dicho a Diana hace unos días. "Escribir nuestro propio futuro", escapar, desafiar a Mildret y a sus secuaces, sin morir en el intento. La historia de  mi hermano John me da ánimos para seguir luchando por mi pequeña familia, la única que me queda; él solo quería vivir en paz, ser libre. ¿Podremos ser libres algún día de esta tortuosa realidad? No sé qué esperar de todo esto. Solo necesitamos tiempo, un plan infalible y… tal vez también un milagro. Me pongo tenso, ¿cómo sigo esperando un milagro?, llevamos años atrapados en este lugar. Por lo menos yo.

"Escapar". La idea resuena en mi mente todo el tiempo.
Si lográsemos salir del orfanato, ¿A dónde iríamos? ¿Qué lugar es lo suficientemente seguro para escapar por completo de las garras de Mildret?
Mi cabeza da vueltas cada vez que pienso en cosas así. He dejado el pico en el suelo y Tara acaba de regresar con la carretilla vacía de tierra. El sótano está patas arriba y la humedad es cada vez más asfixiante. Mi cara está llena de sudor, y a mi mono de trabajo se le adhiere más tierra de la que podría imaginar. Tara me mira con cara de asco y yo le devuelvo la mirada. Ella se ve igual de sucia que yo y enseguida da saltitos y grititos de asco.

–No tiene gracia, Blake. –me dice con mirada asesina.
– ¿En serio? –bromeo–, yo se la veo toda–. Ella me lanza un cúmulo de tierra seca que había en el suelo, y golpea mi pernera. Expiro y vuelvo a coger el pico. Ambos volvemos al trabajo.

–Sabes...–comienza Tara–, deberíamos darnos un descanso.
–Voto por ello. –Tara me sonríe y ambos nos sentamos en el suelo. Sigue haciendo calor, pero no podemos subir hasta que finalice el turno. Saco de la bolsa de piel gastada un poco de agua y galletas que había en la cocina.
– ¿Crees que estarán buenas? –me pregunta Tara.
–Compruébalo tú misma.
 Tara coge taimadamente dos galletas. Cuando se echa la primera a la boca, empieza a hacer muecas hasta que escupe los restos de pasta de galleta que había en su boca.
– ¡Estaba pasada! –me recrimina ella.
– ¡Nunca dije que supiera sobre su calidad, tesoro! –empiezo a reírme, ya que Tara sigue con sus muecas extrañas de asco.
–Dame un poco de agua, por favor. –pide. Le paso la jarra sucia por la tierra y ella bebe como puede, porque la segunda vez que inclina la jarra se la echa casi toda por encima.
–Me parece que hoy no hay ducha para ti.
–Cogeré encantada tu turno, gracioso. –dice ella intentando quitarse el sobrante de agua que le queda en la cara. Me quito la camiseta interior que para su suerte está limpia, sin restos de tierra y se la paso.
–Sécate con ella y sube. Tu trabajo ya ha terminado, me has ayudado lo suficiente. –le ordeno con voz tranquila y seria. Su rostro parece oscurecerse.
– ¡No quiero! Me quedo a ayudarte. –responde ella alterada.
–Tara, no tengo tiempo para tus juegos de niña pequeña. Sube, por favor. Además, creo que Will y Dimas estarán encantados de verte allí con ellos.
–Cada vez se hace más pesado esto. –Habla para nadie y me concentro en sus palabras. –Están continuamente haciéndome regalos o intentan alagarme con palabras bonitas. No quiero hacerles daño a ninguno, me importan los dos pero...
– ¿Pero...?
–Pero a mí me gusta Will, y Dimas está tan atento siempre que... me va a estallar la cabeza. –dice llevándose las manos a la cabeza hasta ponerse, finalmente, a jugar con su cabello. Todo esto es normal entre los chicos de su edad, se enamoran muy rápido, aparece otro que también les gusta... todo esto siempre termina mal. Espero que esta vez sea una excepción.
–Tara... –empiezo–, yo no tengo mucha experiencia sobre este tema, ¿lo sabes, no?
–Supongo, pero también supongo que no tendrás ningún problema en encontrar a alguien. Eres guapo, Blake. A todas nos gustas, los chicos incluso te admiran. Eres agradable y atento y eso hace que seas adorable.
–Bueno  –digo sonrojado–, supongo que gracias.
–No las des. Es la verdad.
–Entonces –empiezo a preguntar–, porque siempre estás como... ¿turnándolos? –achino los ojos, y rezo para haber escogido la palabra adecuada.
–Intento no aburrirme. –dice secamente.
– ¡Pero eso es cruel! –le recrimino. Ella se levanta y quita los sobrantes de tierra que han quedado pegados en la tela oscura de su pantalón.

–No, Blake –me mira y extiende las manos hacia abajo, intentando abordar toda la habitación–, esto es cruel.

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