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jueves, 6 de marzo de 2014

Capítulo 6: La Despedida

Ness estaba muerta. Cuando de verdad asimilo que  nunca volveré a escuchar su delicada voz de pequeña infante y sus revoltosos rizos rojizos mecerse al viento, el dolor en el pecho se hace casi insoportable. Un vacío en el estómago, la sensación de haber fracasado. No. No puedo soportar más esto. Debo encontrar la manera de huir con mis hermanos, la manera de salvarnos de este infierno. Tengo que protegerlos, y es por eso que tengo que mostrarme fuerte y firme; si yo caigo,  mis hermanos caerán. Es hora de huir.

Habían pasado 24 horas desde que la policía se había llevado el cuerpo inerte de la pequeña, y si ya estábamos abatidos por nuestras pésimas condiciones en el orfanato, la pérdida de Ness había sido la gota que ha colmado el vaso, lo había tirado al suelo y sus cristales se nos habían clavado hasta lo más hondo de nuestras almas. Aquella tarde, nos sirvieron una sopa fría con tropezones de carne seca que había sobrado hace dos días. La butaca verde en donde Ness se sentaba a comer, estaba vacía, al igual que nuestras miradas. Solo algunos de los chicos se habían dignado a hundir la cuchara en la sopa. Unas dos horas después, un señor con bigote llamó a la puerta, nosotros, desde la salita, escuchamos el informe de la autopsia: "muerte por asfixia". En ese momento, unos pocos se apartaron de la puerta y se dejaron caer como muñecos de trapo en el suelo; otros, como Tara o Malvina, se cubrían la cara con las manos para resguardar las inminentes lágrimas que empezaban a emanar sin control. Dos hombres con un uniforme de mono marrón y viejo, habían salido del coche, y del maletero alargado, sacaron el pequeño ataúd de Ness.
-¿Lo llevamos al jardín o aquí dentro? -preguntó uno de los empleados. Su cara, indubitablemente de hombre mayor y con canas, cubiertas por una boina a juego, mostraba algo así como tristeza. Debía ser muy duro cargar con cajas de muertos y más si esas cajas eran de niños.
-Puede llevarla al jardín de atrás -contestó Kiberi-, nosotros nos encargaremos de todo. El hombre asintió y aviso a su compañero, que descansaba apoyado en la pared de la entrada. Estos dos cogieron la pequeña cajita y desparecieron.


Ahora, la hierba verde está más quieta que de costumbre, las hojas de los árboles no se mueven. Parece como si el viento hubiese enmudecido y estubiera guardando luto con nosotros. Pensar que debajo de esa pequeña y torcida lápida yace Nessie... Todos estamos reunidos en el jardín, aunque parece como si la mitad ni siquiera fuera consciente de que se encuentra ahí. Las miradas perdidas de los chicos, las lágrimas de las niñas... Sabía que tarde o temprano esto acabaría pasando, pero no pude evitar querer regalarle algo más de tiempo, tiempo que le fue arrebatado de la forma más injusta posible.
A su lado, puedo ver la tumba de John.
-Cuídala, hermano- susurro.

Todos vamos dejando flores arrancadas del jardín. En un momento determinado, me doy cuenta de que Malvina no está.
- ¿Dónde está Malvina?
-La vi hace nada al lado de Will. -contesta Matt.
-¿Me estás acusando de algo?-dice Will- No sabes hacer otra cosa, siempre escurriendo el bulto...- justo cuando voy a intervenir, recordando las circunstancias en la que nos encontramos, veo a lo lejos una figurita vestida con un vestido blanco, bueno, una vez fue blanco, el tiempo ha hecho que sea un gris bastante claro, con un gran ramo de flores discordantes e inestables.
- ¡Ahí está!- exclama Tara.
-Perdonadme, es que quería coger tantas flores como fuera posible para que a Ness nunca se le acabaran y las pudiera compartir con John- se excusa.
Al escuchar sollozos, veo que casi todas las chicas e incluso Dimas han comenzado a llorar de nuevo tras la declaración inocente de la pequeña Malvina.
-Lo siento Will. -se disculpa Matt.
-No te preocupes, no tiene importancia. Ambos se dan la mano y un breve abrazo que para todos significa mucho. Estamos cooperando, no solo en las tareas, sino ahora más que nunca, en nuestras emociones.

Cuando todos dedican palabras de cariño y adiós a Nessie, me cuesta tanto concentrarme que temo que vaya a desmayarme. No puedo pensar en otra cosa que en la huida. ¿Dónde iríamos? ¿ Con qué viviríamos? No es tan fácil como correr en dirección al bosque y ser felices, hay que pensar en que La Gobernadora no encuentre el dinero con el que compraremos alimentos; somos demasiados y la mayoría parece como si acabaran de nacer. Hay que pensar alguna manera, tengo que conseguirlo, tengo que hacerlo por Ness, por mis hermanos, por que esto no se vuelva a repetir.
Cuando vuelvo a la realidad, ya no queda nadie más por hablar. Debería levantarme y decir algo, incluso por John, pero tengo la mente en blanco. Tampoco hacen falta palabras, creo que todos sabemos bien lo que ha pasado, y lo injusto que es. Me levanto. Miro en todas direcciones, el viento ha empezado a soplar de nuevo; quiere llevársela al olvido, pero mi mirada capta el inmenso lago que tenemos al lado del caserón. Veo el embarcadero con los tablones viejos y descuidados. Cuando salíamos a los paseos por el jardín, tenía que estar muy pendiente de que nadie se acercase lo suficiente como para caerse, ya que no sabemos nadar. Es entonces cuando lo veo. Algo está distorsionando una parte del lago, al fondo, algo de un brillo que nunca antes había visto. El brillo se mete en mi retina y queda grabado a fuego. ¡Eureka!
-¡Eh, todos! -llamo su atención con mi voz firme y señalo el embarcadero-, ¡Mirad!

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