Tras aquellas palabras, la habitación queda invadida por un
silencio sepulcral. Pero en ese instante, unos leves crujidos en el pasillo nos
hacen estar alerta. Alguien viene.
Los nervios me suben desde los dedos de los pies, pasando
por el estómago y anudando fuertemente mi garganta, no es miedo a lo que sea,
es temor a lo que pueda pasar si nos ven a todos aquí. Hay órdenes exclusivas
de Mildret, de no realizar pequeñas “acampadas” a sus espaldas.
De repente la puerta se abre ligeramente, todos nos miramos
y yo sostengo la mano de Ness, realmente está asustada. Por la rendija de la
puerta, aparece una rata. Es completamente blanca y su cola rosada hace que
Diana empiece a dar arcadas. Todas la chicas gritan, y aunque sé que ellos
también están muertos de miedo –ya que algunos que estaban en el suelo se han
puesto en la cama–, intentan disimularlo.
– ¡Oh, Jesús!–grita Matt–, maldita
rata. Ya pensaba que íbamos a tener que trabajar en el jardín por estar
reunidos.
– ¿Trabajar? –Responde, Will– Tú
haces de todo menos trabajar, confórmate con que tu turno sea el último,
campeón–. Noto tanta tensión ahora entre los chicos, que debería advertirles
sobre las consecuencias de estar separados por tonterías como: “Tara no me hace
caso”; “no trabajas lo suficiente”; “nunca haces nada”. Yo llevo aquí muchísimo
más tiempo que cualquier otro huérfano, así que decido concienciarlos.
–Diana, ¿recuerdas la historia que
te conté la noche que llegaste? –le digo guiñándole un ojo y ella me lo
devuelve, porque sabe qué es lo que intento hacer.
–Cómo olvidarlo, Blake. ¿Quiénes
estábamos? –pregunta ella.
–Humm, déjame que piense... –sé
perfectamente quienes estábamos, pero en este momento todos están pendientes de
la historia que les quiero contar. Roy se ha puesto al lado de la cama de Ness,
tapándose un poco con las sábanas. A los pies de la cama y a mi izquierda tengo
a Dimas, que no le quita ojo a Tara. Las chicas están sobre la cama de Malvina,
y Aleix y Viena en el suelo junto con Will. –Éramos Dimas, Diana, Will y yo,
¿no?
–Sí, exactamente.
–Vamos Blake, empieza ya de una
vez. –Protesta George.
–Tranquilo, que ya voy –digo con
una sonrisa. Todo empezó cuando yo tenía siete años. Sólo éramos diez niños
–todo un logro debido a las recientes epidemias–, y todos llevábamos un
uniforme, no como ahora que lleváis la ropa que os apetece. Era gris, las niñas
llevaban falda...
–Lo recuerdo. –interrumpe Diana y
todos ríen. Continúo.
–Bueno, mientras que las niñas llevaban falda –miro a
Diana divertido–, los chicos llevábamos unos pantalones grises por las
rodillas. Eran terriblemente feos, estropajosos e incómodos. El caso es que yo
tenía un mejor amigo. John. Él era un año mayor que yo y un día decidió
enfrentar a Kiberi y Evanna.
»Era otoño, las hojas muertas revoloteaban a través de
los ventanales, y con fuertes brisas lograban hacerlas temblar. El frió se
impregnaba en cada pared y nadie se salvaba de ella. Esa tarde hubo demasiada tranquilidad
mientras la lluvia cubría el caserón.
Bajamos todos
al comedor. Una de las sirvientas de la Gobernadora nos dio un pequeño plato
que contenía una espesa sopa, de un olor grotesco. Y la otra sirvienta, nos
daba un diminuto pedazo de pan quemado. Mientras observaba aquella comida, escuché
como uno de los platos se rompía en el suelo, me volví y observé a John, estaba
encima de la mesa y con cara de enfado.
– ¡Esto es injusto,
trabajamos sin cesar y vosotras solo nos dais esto! ¿Acaso somos vuestros
esclavos? No. ¡NUNCA SEREMOS VUESTROS! ¡ESTOY HARTO! –Sonrió al ver la reacción
de Evanna que salió huyendo y Kiberi, solo se quedo mirando atónita, y se alejo
lentamente como si no hubiera ocurrido nada. Todos comimos bien, sin la presencia
de esas dos. Nosotros pensábamos que tal vez, sólo por esta vez, habíamos
ganado. Que seriamos tratados como merecemos. Nos engañamos a nosotros mismos.
»Al caer la
noche, John volvía del baño y por la pequeña rendija de la puerta vi como
Kiberi y Evanna se llevaban a mi amigo. Salí de la cama lo más rápido y
silencioso que pude. Abrí lo suficientemente la puerta, sin hacer ruido, y
permitiéndome cruzarla para observar una imagen horrenda y traumática. John
estaba siendo rodeado por las dos criadas. Los puños volaban y los pies
golpeaban... El dolor carcomía el cuerpo de John. Mientras en la espesa
oscuridad vi algo que jamás nadie podría haberse imaginado: la transformación
de unas sanguinarias bestias. Evanna, con enorme plumaje negro, parecido al
carbón que alimentaba el hogar de la cocina, clavaba sus largas y afiladas
garras sobre la cabeza del chico y Kiberi, cubierta por una piel de escamas
grisáceas, se enredaba sobre el frágil e inmóvil cuerpo. El suelo empezó a
teñirse de un rojo escarlata y con el mismo sigilo en el que aparecí, me fui.
La imagen de John jamás se me borrará de la mente.«
Observo cómo todos ponen una cara de estupefacción. No
intento asustarles, solo hacerles ver que debemos estar juntos y que no podemos
estar siempre entre afrentas. Que tenemos que estar juntos para hacer frente a
esas cosas que cada noche aparecen rondando por la casa.
–Es una historia horrible –dice Bo.
–Nunca dije que fuera agradable, tesoro. –le contesto.
–Entonces... –empieza Aleix– ¿lo mataron porque estaba
sólo?
Asiento.
–Pero tú estabas ahí –protesta Roy–, le podías haber
ayudado.
– ¿Tú crees? –le responde Tara–, ¿crees que esos
bichos no hubieran hecho lo mismo con Blake?
–Eso es a lo que quería llegar,
chicos –digo y continúo–, si no estamos unidos y nos vamos alejando de nuestros
amigos por tonterías, si algún día pasase algo así, no habrá ayuda por parte de
nadie.
–Pero no podemos dejar a nuestros
hermanos, Blake –dice la pequeña Ness.
–Claro que no. Así que ya podéis
estar trabajando esa amistad sin piques. ¿Entendido?
–Entendido –responden al unísono.
Cada uno sale de la habitación. Quiero
dejar a Ness descansar, por lo que salgo yo también del cuarto.
–Buena historia –dice una voz a mi
espalda.
–Bueno, cuando el trauma es
reciente, los recuerdos siguen presentes, ¿no crees? –le digo a Diana. Su
vestido azul apagado le llega por encima de las rodillas. Lo sujeta con una
cinta azul más oscura que rodea toda su estrecha cintura, los zapatos son
viejos pero le pueden durar unos cuantos años más y los calcetines hasta las
rodillas le dejan un poco de marca en la pierna. Sus ojos caramelo a conjunto
de su pelo lacio hasta la cintura, me observan con una media sonrisa.
–Lo que creo es que ese tal John
no era solo tu amigo, ¿no? –me pregunta ella.
–Tal vez. Ambos éramos huérfanos
de madre, él, nuestro padre nos dejó aquí y John era quien me cuidaba. También
a los demás.
–Él era como tú eres ahora. Blake,
nos cuidas a todos. Siempre estás pendiente de que no nos ocurra nada, pero no
puedes evitar nuestro futuro. Está escrito y lo sabes. –Ella me mira con
tristeza. Seguramente cuando cumpla la mayoría de edad (los veinte años) tendrá
que irse a trabajar al pueblo, pero no aspirará a mucho: tal vez panadera;
costurera... trabajos ordinarios para una chica ordinaria.
–Bueno, intentemos borrarlo y
escribirlo nosotros mismos, ¿no te parece?– le digo con una sonrisa.
– ¿En qué piensas, Blake?
–pregunta ella. No puedo evitar soltar una risita. Ella es increíblemente
hermosa.
–Podría sorprenderte.
bonito regalo de reyes por adelantado!! Graciaaaas!!!:) un besazoooooo!!!
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